miércoles, julio 22, 2009

Majestad, está usted despedido.(Isaac Rosa)


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Por experiencia histórica sabemos bien lo que cuesta echar a un rey. En España lo hemos intentado ya varias veces, pero reaparecen en cuanto bajas la guardia. La última vez que lo conseguimos fue en 1931, con Alfonso XIII, y aquí seguimos, con su nieto ejerciendo, y el bisnieto calentando en la banda.

Cualquiera pensaría que a estas alturas la monarquía es ya un producto viejo, pasado de moda. Pero lo cierto es que sigue contando con una cuota de mercado importante, y son muchos todavía los consumidores que valoran bien el producto. Juancarlistas los llaman. La clave del éxito está en la fuerte inversión publicitaria, claro, pero también en el blindaje mediático que lo protege. Lo que ya no está tan claro es que cuando llegue al mercado la última actualización del producto, Felipe 6.0, los usuarios mantengan el entusiasmo. Tal vez por eso sigue activa la vieja versión, pese a que ya empieza a tener fallos; porque no confían en las prestaciones del relevo.

Así que los republicanos podemos esperar sentados a que los consumidores se cansen y la empresa quiebre. O podemos pensar en otras vías. A mí se me ocurre una posibilidad, muy adecuada a estos tiempos: despidamos al rey. Echemos al rey por la vía laboral, mediante un despido en toda regla, con su preaviso, su finiquito y adiós muy buenas. Ya sé que parece poco serio derrocar un rey en la magistratura de trabajo, pero déjenme fantasear un poco.

¿No llevamos años escuchando que es un gran profesional, que está al servicio de los españoles? Pues muy bien: ya que no parece dispuesto a jubilarse ni dimitir, llamémosle hoy mismo al despacho y comuniquémosle el despido. Gracias por los servicios prestados, ha sido un placer, recoja sus cosas y adiós.

De entrada, echemos un vistazo a su vida laboral para estudiar el caso. En su expediente dice que fue contratado para el puesto un 22 de julio de 1969, aunque ya llevaba 20 años en período de formación. Pasó seis años de becario a la sombra de Franco, al que sustituyó un par de veces cuando enfermó. Por fin, tomó posesión del puesto un 22 de noviembre de hace treinta y cuatro años. Y en 1978 se le renovó en el cargo, se le hizo indefinido, y así hoy.

Con esta trayectoria, hay varias posibilidades para despedirlo. Podemos declarar el contrato en fraude de ley. Sobran los motivos para ello: no se ajusta a la legislación laboral vigente (que no contempla puestos de trabajo hereditarios) y, en caso de que lo sometamos a la ley monárquica, también hubo fraude, pues se saltó la sucesión natural,ya que le tocaba heredar a su padre.

Lo ideal sería que dejase la empresa de manera amistosa, por finalización de contrato o por realización de obra o servicio, pero ya vimos que tiene contrato indefinido. De manera que habrá que intentar un despido procedente, o de lo contrario nos saldrá por un pico. Hagan cuentas: una indemnización de 45 días por año trabajado, con cuarenta años de servicio son 1.800 días, es decir, cinco años de sueldo. Si pensamos que cada año recibe nueve millones de euros, la broma nos saldría muy cara. Y además, si declaran el despido improcedente tendremos que readmitirlo.

Más barato nos saldría un despido disciplinario, que de paso nos resarciría por tantos siglos de monarquía. Basta algún motivo de incumplimiento de contrato, como por ejemplo abuso de confianza. Para ello tendríamos que conocer cuánto hay de cierto en todos esos rumores que desde hace años adornan al rey, sobre sus negocios y amistades peligrosas, imposibles de comprobar por el blindaje informativo.

Si conseguimos despedir al rey, todavía nos quedará la extensa familia real. Para ella haría falta un ERE, un despido colectivo que incluya el cierre del negocio, o el traslado de la producción a otro país donde quieran contratarlos quizá alguna de esas petromonarquías con las que tienen buena relación.

En cuanto a los monárquicos, haría falta un plan de reconversión para recolocarlos. Es esperable que la mayoría de juancarlistas se recicle sin protestar cuando falte, pero siempre quedarán unos cuantos yonquis que necesitarán ayuda para superar el mono.

Público

martes, julio 14, 2009

¿Qué es la república?

¿Qué es la República?
By Jaume d'Urgell


¿Tienen razón los fascistas? ¿La República es una pasada etapa oscura, salvaje, asesina e ingobernable de rojos, masones, separatistas y antiespañoles? ¿Qué quieren los republicanos? ¿Desestabilizar España? ¿Destruir la democracia que tenemos desde 1978? ¿Se trata solo de cuatro paletos incultos que querrían asesinar a Su Majestad el Rey don Juan Carlos de Borbón?

La República es una forma de gobierno en la que nadie es más que nadie; donde todas las autoridades están sujetas a periódica elección y en la que el ejercicio de los poderes públicos se encuentra limitado a la responsabilidad ante los ciudadanos, al Derecho y la Razón.

La República es un modo de organizar los asuntos públicos, basado en las urnas, la separación y recíproco auto-control de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Un sistema basado en el respeto a los Derechos Humanos, en el que las armas no confieren el poder, sino únicamente la voluntad de la mayoría, culta e informada, expresada en paz y democracia.

En una República la autoridad no se fundamenta en el miedo, ni en las armas o la amenaza con el uso de las armas. En una República no puede haber poderes dinásticos, perpetuos, irresponsables o ilimitados: todo el mundo tiene alguien ante quien responder —sin espacios para la impunidad—. Además, todos los cargos electos son revocables por el propio electorado. En República nadie debería temer a su propio Estado… son más bien los gobernantes quienes deben dialogar, preguntar y respetar a la ciudadanía, empezando por asumir el carácter incuestionable de los derechos, libertades y garantías constitucionales que asisten colectiva e individualmente a todos los ciudadanos.

En República no hay más límites que la imaginación y la voluntad del pueblo, por tanto, de todo se puede hablar y no hay nada —excepto el racismo, el machismo u otras formas de discriminación—, que no se pueda someter a las urnas: la salvaguarda de la cultura, la estructura económica de la sociedad, la autodeterminación de los Pueblos, el trazado de las fronteras, etc.

La República es el respeto de la libertad de culto —y no culto— de la ciudadanía, pero sin permitir injerencias políticas de las organizaciones religiosas. Ningún credo merecer subvención pública, habiendo antes tanto por hacer y tan poco para hacerlo. En República, por tanto, el Estado debe ser laico desde la raíz hasta la bandera, para empezar, por cuestión de igualdad, puesto que favorecer cualquier opción, sería un agravio para las demás. Quien quiera un cura, que se lo pague.

República es poder popular, transparencia, austeridad, pacifismo, defensa de lxs trabajadorxs, respeto a las minorías… República equivale a legitimidad institucional, participación ciudadana, defensa de los oprimidos, compromiso solidario y firmeza frente al fascismo.

Una República no puede destruir la esencia de la democracia, valiéndose de artimañas como una legislación electoral fraudulenta o mediante la capacidad para ilegalizar ideas legítimas que incomoden al poder establecido.

Una República decente no puede prestarse a cooperar en las tareas de exterminio de la población civil de otros países, con el objetivo de satisfacer las pretensiones expansionistas de otras potencias, ni siquiera a cambio de dinero, influencia o supuesta estabilidad: no se comercia con el genocidio. La República renuncia al uso de la guerra como instrumento de política nacional.

La República puede ser imperfecta —cierto—, pero precisamente por su carácter democrático, junto al anarquismo, es uno de los sistemas menos imperfectos que se conoce.

Pero… ¿y el Rey? El rey no es mejor que tú. Si quiere un sueldo, que trabaje; y si le gusta la política, que milite o funde un partido… pero mejor lejos de aquí.

¡Salud y República!