lunes, septiembre 26, 2005

treinta años de la última matanza del nacionalismo español.

El último horror de Franco El fusilamiento de Txiki fue el principio del fin de un régimen en agoníaEs imposible precisar el número de personas ejecutadas después de la Guerra Civil. Algunos historiadores hablan de 200.000. Josep M. Solé i Sabaté precisa que en Cataluña, entre 1939 y 1954, fueron ejecutadas 3.385 personas. A partir de 1960, fueron ejecutados diecisiete condenados a muerte, entre políticos y comunes. Con Franco ya enfermo terminal, se ejecutaron las cinco últimas sentencias: José Humberto Baena, Ramón García Sanz, José Luis Sánchez Bravo, del FRAP, y Juan Paredes, "Txiki", y Ángel Otaegi, de ETA. Fue el 27 de septiembre de 1975. Faltaban sólo 54 días para que falleciese el dictador y, con el tiempo, el fin de Txiki se asoció al principio del fin del franquismo, que vivía sus peores momentos de aislamiento internacional tras la autarquía que sucedió a la Guerra Civil. Con todo, Franco aún volvió a aparecer en público con motivo del 39 aniversario de su llamada "exaltación" a la Jefatura del Estado. Fue en la plaza de Oriente de Madrid, el 1 de octubre de 1975. ANTONI BATISTA"Fallamos que debemos condenar y condenamos a Juan Paredes Manot (a) ‘Txiki’ a la pena de muerte como responsable del apreciado delito de terrorismo." Con este último párrafo de una sentencia ya histórica, el franquismo mandaba a una persona ante el pelotón de fusilamiento y se cerraba un ciclo que se había llevado por delante a múltiples demócratas en madrugadas sangrientas en el Campo de la Bota, paraje de la franja litoral recuperado por la Barcelona olímpica. Las circunstancias de las últimas ejecuciones tuvieron algo en común con las primeras: la falta de garantías procesales. Los juicios militares no fueron más que una parodia jurídica. A Juan Paredes, "Txiki", le juzgaron en el Gobierno Militar de Barcelona, el 19 de septiembre de 1975. Le acusaron de la muerte del cabo primero de la Policía Armada Ovidio Díaz López, ocurrida en el curso de un atraco en la sucursal número 3 del Banco de Santander, en el número 70 de la calle Caspe, esquina con Girona; tres travesías más arriba, también en el número 70 pero de la calle Girona, fue detenido Salvador Puig Antic, que precedió a Txiki en el patíbulo, 18 meses antes, en este caso a garrote. Cuando el 6 de junio de 1975 seis militantes de ETA entraron en la entidad bancaria con la intención de robar, había en caja 425.000 pesetas, y una cantidad superior, no contada, estaba en unas sacas tiradas por el suelo que acababa de traer un transporte blindado. Los miembros de ETA alertaron a clientes y empleados que se trataba de un atraco político, poniéndolos contra la pared con la intimidatoria ayuda de revólveres del 38 especial, tipo pelí-cula del Oeste, e incluso una metralleta. Habían desarmado al guardia jurado, pero la alarma interior, conectada a la Jefatura de Policía, se activó y llegó un coche del 091. Además, dio la casualidad de que justo en el bar de frente a la entidad bancaria, el bar Fausto, dos agentes de la Brigada de Investigación Social estaban tomando café. Todo se sumó y acabó en tiroteo mortal, con el cabo Díaz tendido frente a la entrada del banco, con el abdomen perforado por una bala que le produjo la muerte instantánea. Pero, ¿quién disparó? Esa pregunta fue el nudo gordiano de un consejo de guerra que presidió el coronel de artillería Antonio Verger, siendo abogados defensores Marc Palmés y Magda Oranich, por delegación del primer abogado de Txiki, Miguel Castells, colegiado en Guipúzcoa y eventualmente en Madrid, donde asistió a los miembros del FRAP, también condenados. La pregunta no acabó de contestarse satisfactoriamente. Txiki fue sólo parcialmente identificado. A las 12.30, tres horas y media después de que se abriera la audiencia, entraron los testigos. Txiki ya se había declarado inocente. Hubo diversas confusiones entre esos testigos y procesos irregulares en la identificación, sin garantías jurídicas que hicieran ante la policía. Para unos Txiki era más alto que lo que da a entender su apodo, "pequeño"; para otros tenía el pelo rizado cuando en realidad era lacio, otro aseguró que ese cabello era rubio-castaño cuando era negro y uno de los policías que participaron en la refriega no lo reconoció. Quien sí lo reconoció sin ninguna duda era uno de los agentes de la Brigada Social que tomaban café en el bar de enfrente. Fue el testimonio de un miembro de la policía política. Y dos números de la Policía Armada que afirmaron encontrarse en el lugar de auto pero que, curiosamente, no figuraban en el atestado policial de los hechos ni habían declarado antes de la vista oral a lo largo del sumario. Palmés los calificó como "testigos fantasmas". Txiki se declaró inocente pero, eso sí, también se declaró miembro de ETA. Una ETA que hay que situar en el contexto de los finales del franquismo y que llegó a fascinar a muchos jóvenes por su lucha contra la dictadura. Los miembros de ETA que llegaron a Cataluña en aquel comando, y en otros anteriores, habían encontrado la solidaridad de militantes de partidos catalanes que nada tenían que ver con la opción violenta, como fueron el MSC y el PSUC. La escritora socialista Maria Aurèlia Capmany escribió una bella letra de una canción que interpretó Marina Rossell sobre la música tradicional catalana de la "Cançó del lladre"; donde "el lladre" era justamente Txiki. Luis Eduardo Aute también escribió una bellísima canción glosando la noche de "capilla" de Txiki, una de sus mejores canciones, "Al alba". Muchas personas no durmieron aquella noche, las más implicadas, las primeras, y por extensión muchos militantes de partidos políticos o demócratas simplemente, solidarios de las gestiones que se estaban llevando a cabo para evitar la ejecuciones. Miguel Castells fue una de las personas que evidentemente no durmieron. Se entrevistó con Txiki aquella misma tarde en el locutorio de la cárcel Modelo de Barcelona y, allí, éste le pasó un mensaje dedicado al pueblo vasco, escrito en la página en blanco del único libro que le habían dejado para leer. Castells pensó que tenía que marchar inmediatamente a Euskadi y difundir allí el escrito, pero en el aeropuerto de El Prat le avisaron por la megafonía de que tenía que ir urgentemente a Madrid: otro defendido suyo también había sido condenado a muerte. Pasó la noche en vela, intentando coordinar las últimas acciones encaminadas a tratar de conseguir un indulto. Incluso el papa Pablo VI pidió clemencia. Marc Palmés, abogado de Txiki, hizo lo propio. Compaginó la acción exterior con la compañía que le hizo aquella última noche en la sala de juegos de los hijos de los presos de la Modelo, junto a la también abogada Magda Oranich. Miguel Paredes, hermano de Txiki, y el capitán Coronado, defensor de oficio, entre otras personas de una decena en total. Txiki estuvo entero, sólo pasó una vez por el lavabo, sobre las tres de la madrugada; tuvo el temple de hacer testamento ante notario y pidió morir fusilado "como un soldado vasco". Tramitar esta petición insólita al capitán general de la IV Región Militar costó un expediente a los abogados. Sobre una foto en color de sus hermanos pequeños, tomada el día de su primera comunión, escribió unos versos: "Mañana cuando yo muera/ no me vengáis a llorar./ Nunca estaré bajo tierra,/ soy viento de libertad". Los versos se atribuyeron a Txiki cuando en realidad son de Ernesto "Che" Guevara, pero desde la sinrazón de la dictadura había comenzado a fabricarse un héroe. Lo que nadie hubiera aventurado es que ETA sobreviviera al franquismo y se convirtiera en el principal problema de la democracia. El 26 de septiembre, tras una reunión de algo más de dos horas, celebrada en el palacio de El Pardo, residencia de Franco, el Consejo de Ministros dio el "enterado" de la sentencia de Txiki y las otras cuatro, lo que significaba que ya podían aplicarse. El Franco que moría matando ya estaba él mismo enfermo: padecía una flebitis diagnosticada unos meses antes, que sumió a los franquistas en la incertidumbre y a los demócratas en la esperanza. Por lo demás, el país seguía luchando por seguir adelante. Había, como lo hay ahora, un festival de cine en San Sebastián, donde triunfaba José Luis Borau con una película, "Furtivos", protagonizada por dos conocidos izquierdistas, Lola Gaos y Ovidi Montllor. Los ciclistas escalaban Montjuïc con motivo de las fiestas de la Mercè, con Eddy Merckx delante, como estaba mandado. El Español presidía inusualmente la Liga de fútbol. Y la represión seguía gastando sus últimos cartuchos: se reían de la libertad de expresión secuestrando la revista "Por Favor" y detenían y ponían de pies en la frontera a Yves Montand y Costa Gavras, prescindiendo de su valor mundial en el arte cinematográfico. A las 8 de la tarde de aquel mismo día del Consejo de Ministros Txiki entró en capilla, y doce horas después lo trasladaban al lugar en el que iba a ser ejecutado, en las cercanías del cementerio de Cerdanyola. Era un día de niebla matutina, porque a veces la climatología se asocia con la historia para proporcionarle una frase de ambiente. Cuando salió el sol, a unos doscientos metros del depósito de cadáveres del cementerio, en una zona boscosa, ataron a Txiki a una especie de trípode y lo calzaron con dos bolsas de lastre para que resistiera sin caerse los impactos de los primeros proyectiles. Para culminar su leyenda, no quiso que le vendaran los ojos, que dedicaron la última sonrisa a su hermano. Gritó, en euskera, "Patria o muerte", el eslogan de la revolución cubana, y "Viva Euskadi libre". El sargento que mandaba el piquete de la Guardia Civil dio la fatídica orden de fuego mientras Txiki comenzaba a cantar el "Eusko gudariak gera". Txiki cantó y Maria Aurèlia Capmany lo recogió en su poema: "Amics, moriré cantant/ cançons de la terra mia./ Són cançons de llibertat/ per ella perdo la vida". Dos estrofas del "Eusko gudariak", muy cortas, van sincrónicas a una primera descarga. Inicia la segunda estrofa y con ella una segunda descarga. Los tiros se siguen escuchando, pero la voz ya se ha apagado después de la primera palabra de la tercera estrofa. Cada guardia hacía dos disparos seguidos, once de doce le alcanzaron. Hubo un treceavo, el tiro de gracia, que le dio el sargento que mandaba el pelotón.

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