domingo, marzo 02, 2008

LA ESPAÑA DE ZP


La España de Zapatero


Vengo a Madrid a estudiar migrantes indocumentados.
Ayer tarde [jueves, 21 de febrero], a la altura de Callao en plena Gran Vía un operativo liado por unos 25 policías con guardias de la secreta (encubiertos) detenían a todo el que consideraban de sospechar bajo una mirada racista que segregaba según el aspecto y el antojo anímico.No me he dado cuenta cuando uno me tenía por el brazo dirigiéndome a una patrulla en español ininteligible por la rapidez y los localismos que expresaba. Me pidieron pasaporte y no pude demostrar que lo traía (lo había dejado en el hostal, regresaba yo de Moncloa donde está la Universidad y en más de una ocasión he vuelto caminando toda la Gran Vía).No hubo razones verbales ni escritas (traía la carta credencial firmada por el rectorado de la complutense en la que se explica que yo formo parte de un grupo de profesores distinguidos traídos a España para impartir cursos de doctorado).
Nada valió. Me dijo que eso era menos que una cebolla. Quería ver mi pasaporte con fecha de ingreso menor a tres meses.La estrella en mi vida es fiel y leal.
En el momento de mi detención ilegal -lo único ilegal en todo fue la detención- un alumno del doctorado, inimaginablemente venía en la acera de enfrente y presenció el interrogatorio que derivó en "mi captura". El chico se acercó y explicó que en efecto yo era profesor invitado y se presentó como alumno del doctorado. Lo hicieron callar bajo amenaza de ser trasladado a otra comisaría. Entendí que contaba sólo con unos segundos para darle la llave electrónica de mi hostal, su nombre y ubicación y explicarle en dónde tenía yo resguardado mi pasaporte.
Los dos insistimos en preguntar a dónde me trasladarían:- ¡Coño! ¡Que vosotros no estáis aquí para preguntas!Me obligaron a subir al matadero: una furgoneta que se hizo cuarto oscuro con pequeñísimas ventanas de metal oxidado. Lo demás....un espacio de unos 2x2 metros compartido con hombres y mujeres en total y absoluta oscuridad. Creo que éramos nueve. Arrancamos con sirenas encendidas, dos motos al frente y una patrulla detrás. Una carcajada nerviosa que terminó en llanto desbarató el silencio de uno que estaba enconchado en una esquina.En efecto, fuimos trasladados como terroristas etarras, bajo un operativo de alto riesgo. Alta velocidad, llantas que por aferrarse al piso chillaban en las curvas, cruceros que atravesamos con semáforos en rojo.Adentro, un asiático, escarnio permanente de los polis que le llamaban el Chinito, lloraba y parecía querer vomitar. Una mujer bien entrada en sus cuarenta que resultó ser madre de tres, trabajadora doméstica atendiendo a un anciano madrileño, paraguaya y excelente informante me decía que no me apartara de ella. Un mexicano (otro) se lo tomó a risas, hasta que al salir y en plena comisaría un codazo en la cara del jefe a cargo lo hizo renunciar a su lenguaje de irreverencia. En fila subimos escoltados por cuatro policías, dos mujeres, una al frente guiando al contingente, y la otra al final. Dos policías entre la fila.Llegamos a un gran pasillo en un cuarto piso (conté cuatro niveles) y nos separaron según el lugar de captura. Los de Gran Vía del lado derecho, los de Callao en el izquierdo. Fuimos un pequeño grupo los que pasamos al lado de Gran Vía. El olor a sudor intenso impregnaba todo el lugar, no se podía respirar, estaba muy enrarecido el aire.Miradas de odio entre los migrantes, pero sobre todo de miedo y terror entre las mujeres. Idiomas latinoamericanos se hacían escuchar entre llamadas clandestinas que uno y otro se atrevían a hacer por celular. Vi más de dos celulares destrozados en el piso al caer y ser reventados bajo el peso de un corpulento y bestial niño uniformado, armado y de no más de 19 años.Sentí miedo y ganas de llorar como nunca antes en mi vida. Entendí que el escenario se podría escalar si alguno de los detenidos perdía la prudencia y pondría en riesgo la integridad de esa colectividad de almas aisladas y despojadas de todo derecho ciudadano. Sobre todo empecé a sentir miedo cuando el arrebato de la imaginación me hizo acordar de aquella película de Alan Parker o Brian de Palma (Midnight Exprress), además recordaba una y otra vez las palabras de Machado hechas canción por Serrat y porque el rezo no me funcionaba. Me fui enterando en ese momento que no sé rezar. Me daba ánimos tratando de recordar entonces la deliciosa canción de Serrat para darme cuenta de que no siempre es posible hacer camino al andar (sobre todo cuando de nada nos sirve rezar), la violencia de ayer fue tan brutal que no había ocasión de llamar por celular, de responder con dignidad al poder omnímodo de polis que añoran a Franco sin saber de esa historia fraticida de la España profunda y contradictoria.Incertidumbre total, no había forma de hacer que el tiempo transcurriera para adelantarse al fin de la cinta y decir ya se cómo va a acabar todo esto.Horas detenidos en aislamiento. Primer gran circulo de vulnerabilidad de todo ser humano. Entre llantos de mujeres indígenas de Paraguay, Ecuador, Bolivia y Perú. No se qué vieron en mí pero afortunadamente todo el tiempo nos mantuvimos unidos física y emocionalmente. Olores de albañiles detenidos tras sus jornadas laborales, nigerianas que se sacaban la mugre de las uñas y comían lo que de ahí salía. Todos en espera de ser llamados a un cuarto que estaba al final del pasillo. Un portazo sellaba el inicio del ultraje. Se entra solo a ser escudriñado por un grupo de nueve policías, dos de ellos con guantes de látex que no se reciclaban, todos adolescentes tardíos de no más de 19 o 20 años, violentos, profusamente violentos. No hay forma de insinuar ningún derecho.Menos que cero. Se nos iba llamando por apellidos, que siempre y en todo caso fueron objeto de burla: el ratoncito Pérez, grito el niño policía, ninguno de nosotros atendió. Se volvió a oír Francisco Pérez del Perú. Entonces se levantó un hombre de mediana edad, unos 55 años, quizá menos, y se dirigió al final del pasillo en medio de las carcajadas de los polis que nos vigilaban presencialmente.No termino de entender lo bien librado que he salido de este experimentar, pero ahora es lo que menos me importa. Cuando salí de ahí (en un santiamén según entendí después, cuando el jefe de la comisaría de extranjeros personalmente me lo explicó tras ofrecerme una disculpa), una parte de mi libertad se vio cercenada porque no pude dejar de escuchar las historias de estas mujeres y de dos varones más a quienes tuve que dejar ahí, sin ni siquiera poder ofrecer un beso de cariño y solidaridad. La mirada extraviada de la madre paraguaya me queda como el lastimero recuerdo de ese pasillo.Esa mujer quedó desesperanzada y con el riesgo de deportación. Son las primeras palabras con que nombro el devenir de este proceso, que por cierto me recuerda a la historia del señor Franz, en El Proceso de Kafka.Un beso a ese México entrañable y los seres que me habitan por cariño.-
Daniel Daniel Hernández Rosete es profesor de antropología en la UNAM mexicana. Actualmente profesor invitado en la Universidad Complutense de Madrid.
Sin Permiso

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